Authors

Jordi Olivar

Document Type

Article

Journal/Book Title/Conference

Decimonónica

Volume

12

Issue

2

Publisher

Decimonónica

Publication Date

2015

First Page

30

Last Page

46

Abstract

Esta historia, como no podía ser de otra forma tratándose de la modernidad catalana, empieza en Cuba, concretamente, el 19 de noviembre de 1837 en La Habana. Fue allí y entonces cuando el empresario catalán Miquel Biada i Bunyol, recientemente instalado en la isla tras sus aventuras en Venezuela, presenció la inauguración del primer ferrocarril iberoamericano: el tramo de 17 millas que unió La Habana con Bejucal como parte de la línea ferroviaria azucarera Güines–La Habana. Influido como tantos otros por la modernidad y el desarrollo económico que prometía el ferrocarril, Biada, dice la leyenda, juró en ese instante que antes de un año habría unido su ciudad natal Mataró con Barcelona mediante el primer camino de hierro de la península ibérica. Si bien tardaría algo más en conseguirlo, Biada se convirtió en el catalizador económico que haría posible la creación de la Gran Compañía Española del Camino de Hierro de Barcelona a Mataró en 1845. Tres años más tarde, el 28 de octubre de 1848, se inauguró la línea ferroviaria Barcelona–Mataró. La red ferroviaria española iría creciendo con lentitud. En 1851, el Marqués de Salamanca conectaba Madrid con los sitios reales de Aranjuez. Un año más tarde, se inauguraba el carril de vía estrecha de Langreo. En 1854 aparecía la línea que unió Valencia y Xàtiva y otras dos líneas en territorio catalán: Barcelona– Granollers y Barcelona–Molins de Rei. En 1856, el territorio español contaba con 400 km de vías férreas y con su primera Ley General de Ferrocarriles. En apenas diez años desde la inauguración del primer ferrocarril que conectaba Barcelona y Mataró en 1848, desde Barcelona se expandía una pequeña red radial ferroviaria con cuatro líneas que unían la ciudad con Arenys de Mar, Granollers, Martorell y Terrassa. La red ferroviaria empezaba a acortar las distancias territoriales y a prometer inmediatas conexiones a nivel nacional e internacional. En 1857, el joven historiador y poeta Víctor Balaguer publicaría una serie de cuatro guías del ferrocarril que trazarían los recorridos de las cuatro líneas ferroviarias catalanas: Guia de Barcelona á Arenys de Mar por el ferro-carril, Guia de Barcelona á Granollers por el ferro-carril, Guia de Barcelona á Martorell por el ferro-carril y Guia de Barcelona á Tarrasa por el ferro-carril.1 A través de estas guías, Balaguer descubría que la nueva capacidad de movimiento por el territorio catalán no solo ofrecía nuevas posibilidades para el comercio, la industria y el ocio de los catalanes sino también para vertebración territorial y la consolidación de una identidad nacional catalana anclada en el legado histórico y arqueológico del principado.

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