Document Type

Article

Journal/Book Title/Conference

Decimonónica

Volume

17

Issue

1

Publisher

Decimonónica

Publication Date

2020

First Page

50

Last Page

64

Abstract

Desde la antigüedad, la histeria se consideraba una condición femenina. En textos y discursos médicos, la enfermedad se atribuía al desplazamiento del útero de la mujer (Veith 1-2). Esta teoría uterina continuó siendo la más aceptada hasta el siglo XVII, época en que los médicos asociaban la histeria con un problema cerebral o del sistema nervioso como causa de dicha enfermedad. Asimismo, la existencia de una histeria masculina fue sugerida en un primer momento por el médico francés Charles Lepois en el siglo XVII, aunque no fue hasta el siglo XIX que la comunidad médica tomó en serio esta idea (Micale 366). La teoría uterina experimentó una revitalización en los siglos XVIII-XIX y también surgió la noción de que la histeria podría ser causada por un problema ovular. A mediados del siglo XIX, el médico francés Pierre Briquet fue el primero en rechazar por completo las teorías uterinas y de los ovarios, y abogar por una causa puramente neurológica, facilitando así la posibilidad de estudiar el fenómeno de la histeria masculina (368-69). Hacia finales del mismo siglo, el neurólogo francés Jean-Martin Charcot profundizó en el estudio de las causas y los síntomas de la histeria tanto en las mujeres como en los hombres, y el concepto de una histeria masculina llegó a ser aceptado debido, en gran medida, a su trabajo en el Hospital de la Salpêtrière en París (The Tuesday Lessons 116). La histeria continuó llevando consigo una distinción de género, aun con el abandono de la teoría uterina y la inclusión del hombre en la conceptualización científica de esta enfermedad.1 A diferencia de la histeria femenina, explicada por las cualidades inherentes y los excesos de emoción característicos de la mujer, la histeria masculina se atribuyó más a los factores externos con los que el hombre tenía que enfrentarse en su vida diaria (Furst 113-14). De esta manera, las perspectivas dominantes de la época sobre el comportamiento social normativo de cada sexo, y las diferencias biológicas y psicológicas entre ellos, figuraban en la distinción teórica entre una histeria femenina y otra masculina (Showalter 308-09, Ender 33). Aunque esta diferenciación fue aceptada por una gran parte de la comunidad médica, los intelectuales decimonónicos de otros campos aportaron sus propias contribuciones a las interpretaciones de esta enfermedad.

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